lunes, 9 de junio de 2008

CUCARACHAS


Rafael H. refiere sus sensaciones del martes 15/08 entre las 15:30 y las 16:45:

"Voy a compartir un recuerdo que almacené de una forma irracional en un momento de profundo aletargamiento de mi cerebro, un recuerdo sin colores ni olores reconocibles, silencioso y lento como los pasos de un buzo en un fondo marino.

En la cafetería del gimnasio O-Cero almorzaba con Ignacio G., un subordinado sombrío y sin ambiciones ni estilo, sin pluma estilográfica en el bolsillo mal planchado de su camisa de algodón/acrílico de Zara Man. En el recuerdo recuerdo haber contratado a Ignacio G. en un momento de bonanza económica del país, de mucha oferta y poca demanda de empleo, en una época con mucha carga de trabajo en la oficina técnica de mi empresa del sector Construcción/Instalaciones. Tuve que conformarme con un ingenierucho aquejado por una apatía vital y una falta de modales que habrían sido sin duda intolerables en otras circunstancias. En el recuerdo recuerdo también mi primer almuerzo con Ignacio G.; tal vez 6 meses atrás (los tiempos son difusos) en la misma cafetería. Él tenía la vista fija en el bolsillo de mi camisa Giorgio Armani del que sobresalía la cabeza de mi estilográfica de platino Hugo Boss. Parecía incapaz de iniciar una conversación. Pero me hizo una pregunta:

- ¿Qué significan esas dos letras bordadas en tu bolsillo?

- R. H. Son mis iniciales.

En el recuerdo recuerdo intensamente una risa nerviosa, aguada pero punzante, una sensación de asco que emergía desde el fondo de mi estómago al contemplar el rostro macilento de Ignacio G. y sus poros excesivamente abiertos, sus espinillas irreverentes y las amenazantes gotas de sudor de su escasa frente. El asco conseguía dibujar una sonrisa condescendiente en mis labios, porque yo sí tengo modales.

- ¿Por qué llevas tus iniciales bordadas en tu camisa?

- Bueno... Es una costumbre familiar... En realidad tiene su utilidad.

Recuerdo en el recuerdo a Ignacio G. atónito y callado como un puerco.

- Ahora vivo solo pero, en fin, hasta hace poco vivía con mi familia... Y, bueno, las camisas de mi padre son muy parecidas a las mías, y cuando las planchaba la asistenta la única forma que tenía de reconocerlas para hacer bien el reparto era mirando las iniciales.

- ¿Haces tú los bordados?

- No... Mi madre.

- ¿Ella también borda sus iniciales en su ropa?

- No.... Bueno, es una costumbre familiar. No sé, es muy común.

Yo no conseguía sonreir. Ignacio G. bajaba los ojos y se disculpaba, despacio, masticando las palabras.

- Perdona, tío, es que... bueno, no lo había visto nunca.

- Pues es muy común.

Mi asco se intensificaba y tensaba de nuevo mis labios en la horizontal en el recuerdo dentro del recuerdo, pero, fuera de ese recuerdo, yo almorzaba de nuevo con Ignacio G. en la cafetería del gimnasio O-Cero y él seguía sin haberse hecho una limpieza facial, y seguía sin tener un número adecuado de agujeros en su cinturón, y seguía sin ser capaz de iniciar una conversación apropiada para un almuerzo laboral Laboral LABORAL.

Así que inicié yo la conversación: los Hermanos Maristas, en lo más profundo del recuerdo, me habían enseñado a hablar en público, me habían inculcado la importancia de discutir sobre temas amables y de interés general con los pobres ignorantes como Ignacio G. Le hablé de las diferencias entre las cucarachas americanas y las autóctonas, porque yo sí tengo modales.

- Las cucarachas que hay en Valencia, esas rojas enormes, son en realidad americanas. Las de Madrid son negras. No pueden volar. Estas de aquí se te meten por la ventana. Yo vivo en un sexto y el otro día me encontré una cucaracha en mi habitación. Había entrado por la ventana, seguro. ¡Había llegado al sexto!. Tendré que mantener las ventanas cerradas todo el resto del verano, y poner el aire acondicionado todo el día para que no vuelva a entrar ninguna.

Ignacio G. entrecierra los ojos, cegado por la luz que se cuela a través de los paveses del vestíbulo de la cafetería.

- Bueno, no sé si eso evitará que entren las cucarachas. Yo creo que suben por las cañerías. Yo vivía en un 9º hace unos años, en un piso de esos antiguos que compartía con 3 compañeros. Y aparecía de vez en cuando alguna cucaracha en el lavabo o en la pila del fregadero. No había manera de acabar con ellas. Probamos de todo, pero seguían apareciendo cucarachas, sobre todo por la noche. Llevaban allí toda la vida... ¡Yo creo que tenían más derecho a estar en aquella casa que nosotros!

En el recuerdo Ignacio G. ríe aparatosamente, celebrando su propio chiste, y mi asco alcanza un posible máximo; no consigo contestar, remuevo el café tratando de encontrar una respuesta que disimule mi desprecio; los Hermanos Maristas me enseñaron (en lo más profundo, sí, de mi recuerdo) a no despreciar a los pobres ignorantes como Ignacio G., pero no encuentro ahora ninguna pauta en los cajones que conforman mi excelente educación para enfrentarme con dignidad a una sensación tan desagradable como esta.


Pero es justamente en ese momento cuando mi recuerdo se hace más nítido, cuando aparecen colores y sonidos concretos, y olores perfectamente reconocibles en él; porque justo en ese momento abro los ojos en mi recuerdo y recuerdo haber soñado almorzar con Ignacio G. en la cafetería del O-Cero. Pero ahora no está Ignacio G. en ninguna cafetería, está delante de mí, rodeado de ladrillos y de sacos de cemento-cola, con los brazos en jarras, mirándome fijamente. Echo un vistazo a mi alrededor y no veo los restos de papel de plata que envolvían los bocadillos del mediodía ni las botellas de vino vacías que había hace media hora en el patio interior del gimnasio O-Cero, la obra que estamos levantando entre todos los compañeros en el centro de Paterna, en la que me he echado una siesta que ha durado 5 minutos más de lo permitido. Hay que volver al tajo. Ignacio G. me grita en este recuerdo.

- ¿Dónde está Braulio? ¡Son las 4 menos cuarto! ¿Qué haces ahí dormido? ¿No sabes que tenemos una penalización de puta madre si entregamos la obra tarde? Como se entere Rafa te pone en la calle mañana mismo.

- Perdona, Ignacio. Es que llevo dos semanas durmiendo menos de 3 horas. Estoy desde anoche en casa de mis suegros...

Braulio, mi oficial, me grita desde el patinillo 6: "¡Moco! ¡Joder! ¿vienes o qué?"

Me recuerdo perfectamente en el patio interior del futuro gimnasio O-Cero, mirando los zapatos limpios y brillantes de Ignacio G., usando mi mano agrietada y llena de cal para hacerme una visera que me proteja de ese sol de espanto de mediados de agosto, balbuceando las palabras que me van viniendo a la cabeza.

- Ayer embalamos los trastos y nos fuimos con mis suegros. Es que Elena está otra vez preñada. Joder, le dije que tuviera cuidado, pero mira... Y, claro, tenemos la casa llena de cucarachas, y han venido los de asuntos sociales. y han dicho que ese no era ambiente para la cría, porque, claro, abren los armarios y salen a cientos, y en la cuna hay un montón, también, y se le suben por la cara a la nena, y nos han dicho que nos fuéramos, que iban a desinfectar la casa, y nos pasamos toda la noche embalando trastos, yo y mi Elena....

Recuerdo a Ignacio G. reprimiendo una arcada miestras se dirigía al patinillo 6."