Desde la primera vez que se vieron, en el grupo de terapia para ex-fumadores, hasta el día en que dejaron de verse, 3 años y 3 meses después, compartieron lánguidamente 23.400 cigarrillos.
Esto es lo que había pasado:
A ella le habían sugerido los directivos de su empresa que se uniera al grupo de terapia. Llevaba 3 meses muy irritable, había engordado varios kilos y masticaba chicle compulsivamente. La imagen que daba a los clientes era catastrófica, y a ninguno de sus superiores se le había ocurrido proponerle simplemente que volviera a fumar.
A él le había recomendado un amigo que probara el grupo un par de días. Había dejado de fumar sólo por orgullo, y antes había fumado también principalmente por orgullo. Se había sentido despreciado innumerables veces, cuando salía a fumar al balcón después de cenar en el sagrado hogar familiar, y esos minutos que pasaba cada noche a la intemperie, regodeándose en analizar su placer y su dolor, sólo, bajo la mirada condescendiente de su mujer y sus hijos perfectamente sonrosados, habían acabado por crear en él una cierta adicción a ese desprecio de sus semejantes, a esa sensación de ser invadido por un orgullo calcáreo que se expandía por su alma y le hacía fruncir el ceño con obstinación mientras apuraba su cigarro hasta el filtro: orgulloso de su imperfección.
Ella lo había deseado desde que lo vio sentado en una esquina de la sala de reuniones de aquel centro municipal, mirando a través del mobiliario, de la gente y de ella misma. Él había fruncido el ceño en cuanto percibió ese deseo.
Esto es lo que pasaba:
Después de las primeras sesiones, solían quedarse unos cuantos a intercambiar impresiones en torno a varias coca-colas, algunas infusiones y algún kas limón. Ella se sentaba siempre cerca de él, y dejaba de masticar chicle cada vez que él intervenía en la charla. Él destensaba de vez en cuando los hombros y sonreía hacia ella, con un gesto genuino de completa insatisfacción.
Algunas tardes se quedaban solos en aquel bar de gente del barrio pero luz tenue y sofás. Ella le hacía entonces preguntas:
- ¿Cuándo empezaste a fumar?
O:
- ¿Por qué llegas siempre tan tarde?
Pero nunca le hablaba de sí misma, ni de su casa, ni de sus plantas, ni de su chimpancé Kosmos.
Él contestaba siempre mirando la nada, pero daba muchos detalles y gesticulaba intensamente, haciendo entrar en acción a casi todo su cuerpo, como queriendo empujar a las palabras con sus brazos para que llegaran mucho más lejos.
Los dos movían las rodillas nerviosos cuando se generaba algún silencio y, muy de vez en cuando en esas primeras tardes sin tabaco, se rozaban el uno al otro e inmediatamente bajaban los ojos, como avergonzados por la incómoda contingencia.
Esto es lo que pasó:
Pero en seguida empezaron a alargar aquellas tardes de soledad compartida; los demás miembros del grupo dejaron pronto de interesarse por las infusiones y el kas limón y las aburridas historias de unos cuantos personajes anónimos unidos exclusivamente por su tabaquismo o ex-tabaquismo, y ellos dos, que siempre conseguían una plaza en el sofá bajo la luz tenue, optaron por complementar la charla con algún cigarro furtivo y alguna cerveza.
Fue ella la que compró el primer paquete de tabaco.
- Nos fumaremos un único cigarro a medias. - Dijo.
Él estuvo de acuerdo, gesticuló y desfrunció el ceño un instante. Se encendió aquel primer cigarro en común, y lanzó un gemido, intenso y profundo, como una jaculatoria elevada al Dios Supremo.
- Cómo lo echaba de menos... - Dijo, pasándole a ella el cigarro con lentitud ritual.
- Sí...
Aquella misma tarde se fumaron otros 5 únicos cigarros a medias, y acabaron besándose en el sofá, con mucha saliva y con una extraña euforia muy poco habitual en cualquiera de los dos.
[Esto es lo que había pasado:]
[Después él había vuelto al hogar familiar, mirando al frente pero comiendo chicle, había besado en la mejilla a su mujer y se había acostado inusitadamente temprano, con una sonrisa en los labios. ("¿Has cenado, cariño?" "He picado algo por ahí")
Ella había retrasado su vuelta a casa, haciendo 3 paradas en 3 bares de luz tenue: un bitter kas, un vino tinto y un gin-tonic. Al llegar, había puesto un disco del Cigala y había acariciado a Kosmos más de una hora.
Ninguno de los dos había vuelto a fumar cuando se reunieron el siguiente jueves.]
Esto es lo que pasaba:
Los únicos cigarros a medias se iban sucediendo regularmente, los martes y los jueves de 6 a 8 de la tarde, de 6 a 9, de 6 a 10...
A él nadie le hacía preguntas en su sagrado hogar familiar.
Ella tampoco preguntaba nada sobre el sagrado hogar familiar de nadie. Seguía sin hablar jamás de sí misma, de sus plantas, ni de su chimpancé Kosmos.
La euforia se iba convirtiendo en deseo, el deseo era interpretado como amor, la saliva se mezclaba en sus bocas con el humo y las cervezas, el humo era interpretado como amor.
Dejaron el grupo de terapia para ex-fumadores. Las tardes de los martes y los jueves pasaron a tener 2 horas y media más. La saliva pudo complementarse con otros fluidos; Kosmos se quedaba en el balcón, sorprendentemente silencioso, mientras su dueña se mordía los labios y sollozaba, tumbada bajo su amante.
Él terminaba rápido y fumaba.
Ella a veces echaba de menos al mono, pero también fumaba.
Desnudaban sus almas casi completamente después de cada cigarro.
Luego se vestían, el volvía al SHF masticando chicle y ella liberaba a Kosmos de su encierro.
Esto es lo que pasa:
Hace tiempo que no se ven. El humo es humo y la saliva, saliva. Los dos siguen fumando delante de otras criaturas. Creo que el resto de la historia no es relevante. No importa.
1 comentario:
Es genial!
No he podido evitar fumarme un cigarro nada más leerlo (ahora le doy una calada). Bendita adicción.
¡Besos y humo for the people of the universe! -¿Where is everybody from?-
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